domingo, 10 de mayo de 2009

José Luis Castillejo, la inexistencia como modelo de escritura


La multiplicación de las escrituras es un hecho moderno que obliga al escritor a elegir, que hace de la forma una conducta y provoca una ética de la escritura.
Roland Barthes, El grado cero de la escritura
La aparición de los diferentes modelos de escritura que han invadido la vida contemporánea efectivamente constituye un hecho moderno que incide en los estilos literarios. Pero el escritor de hoy se inserta en los proyectos al uso preestablecidos, sin pretender salirse de los cánones habituales. Y es que, aunque ponga en entredicho la sintaxis, incluso la logre quemar, si se permite la expresión, continúa sujeto a un proyecto, a una tradición. Para acercarse a la originalidad, al escritor sólo le queda cambiar de formato, de soporte técnico, o la construcción de un debate abierto con las diferentes fuentes, con los tiempos y los espacios que distancian unas opciones de otras. ¿Pero qué sucedería si hubiera un modelo de escritura que se contradijera porque, precisamente, su sentido no es una mera deconstrucción, sino la defensa de la inexistencia misma de la escritura? ¿Una vuelta a la oralidad? ¿Una nueva forma de escritura que, a la vez, es antiescritura? Este debate resulta abierto de nuevo por las vanguardias y desarrollado con posterioridad, entre otros, por el autor sevillano, José Luis Castillejo, nacido en 1932, en su libro La escritura no escrita, quien, junto a Hidalgo y Marchetti, fue considerado el «tercer hombre» del grupo zaj.
Esta obra fue publicada por el Taller de ediciones de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, en 1996, y presentada como un texto de difícil clasificación, fronterizo entre diversas disciplinas, en una colección que pretende monografiar a ciertos autores de vanguardia más contemporáneos. Dicho sea de paso, esta universidad viene desempeñando fértiles labores de investigación y de producción en esta área de trabajo: las vanguardias de los siglos XX y, ya, del XXI.
El autor de este libro, José Luis Castillejo, ha cultivado el ensayo en Actualidad y participación (Tecnos, 1968). A partir de 1967 trabaja en el ámbito de la escritura experimental con las obras La caída del avión en el terreno baldío, de ese mismo año, La política (1968), The book of i´s (1969), The book of eighteen letters (1972) y El libro de la letra (1973).
El editor señala que el conjunto de La escritura no escrita fue elaborado en 1976 y que se publica veinte años después, corregido y con un epílogo. Al parecer, el propósito de la obra fue dar un fundamento teórico a otra, titulada Un Libro de un Libro, que, por su elevado coste de realización, aún se mantiene inédita. Tan solo algunas páginas fueron impresas y distribuidas con apariencia de ensayo.
La escritura no escrita centra su atención en torno a una antigua cuestión, tan primitiva como la humanidad, que se pregunta Plotino: «¿Qué es eso que no existe?». Y precisamente a esto se reduce la búsqueda en la que se embarca Castillejo en esta obra, a uno de los últimos eslabones de una larga tradición que se remonta al principio de los tiempos, una cuestión habitual para la religión, la filosofía, la ciencia, la metafísica o la poesía. La escritura no escrita traslada al lector a los orígenes de la escritura misma, a la oralidad y al libro revelado del mundo, a los textos sagrados y a los textos de la naturaleza, a la necesidad de una doctrina escrita para la vida humana. Por ello, este libro se convierte en una especie de diario de anotaciones sin tiempo, sin memoria exacta, en un recorrido espacial por la historia del pensamiento y por los principales emblemas de la naturaleza, dibujos metafísicos de la «letra sagrada». El libro de Castillejo no es un texto con vocación de actualidad, aunque lo parezca, porque pretende reflexionar en torno a estas categorías. Y esta tradición se extiende, como se ha señalado, a los comienzos de la escritura misma, cuando el conocimiento de las ideas divinas se empieza a escribir y se convierte en palabra sagrada y cuando luego se interpreta esa escritura, reescriturándose. El libro se convierte en el enigma del mundo, y su interpretación, en una percepción subjetiva de él.
Para un vanguardista como Castillejo, este libro se transforma en un objeto, en un fetiche, en causa de una contradicción entre la existencia y la inexistencia, pero también representa la descripción de una búsqueda poética por los mapas invisibles del universo humano, aquellos que sólo se revelan a través de las percepciones de la sensibilidad.
Las palabras no son suficientes para expresar lo que se puede ver o escuchar, la multiplicidad de sensaciones que se perciben a diario. El pequeño libro del hombre es un microcosmos por descifrar en el que se condensan todos los elementos necesarios para comprender la letra dada por los dioses a los seres humanos. Este libro, repleto de interrogantes, reafirma y niega a la vez el acto de la escritura, pero, como el autor subraya, «no se puede separar escritura y mundo» (pág. 7). En este sentido se niega a sí mismo, ya que pretende ser también un antilibro. Pero en esa antítesis reafirma su hipótesis, porque Castillejo desea llegar a los fundamentos de la escritura, más allá del acto puramente escrito.
La escritura física se presenta como una mancha y el vacío como un acto sutil del ser. Ahora bien, la metafísica de la escritura sería equivalente a una mancha de la letra no entendida únicamente como letra, ni como pintura, ni como música, sino más bien como imagen que se apropia de la obra sin manifestarse materialmente. Por este motivo, su autor señala que «la escritura no escrita es la manifestación simbólica de lo que la escritura escrita textualmente no dice», esto es, «lo no dicho y lo entredicho» (pág. 71).
La escritura no escrita también representa un estigma contra la modernidad, cuya escritura necesariamente está escrita. El lector se encuentra ante una lectura de la diferencia, donde «la forma puramente escrita ya no es suficiente para decir lo escrito y la forma sencillamente no escrita no es ya suficiente para decir lo no escrito» (pág. 19). Es ahí donde se puede suscitar un conflicto. Pero su autor tiende un camino hacia la igualdad entre la escritura y la no escritura, un espacio de imparcialidad y de totalidad. Lo no escrito, entonces, no necesita ser transcendente, pues coexiste allí, pertenece a un único mundo, gobernado por la dialéctica y por la crítica. De esta manera, Castillejo parece manejar la tesis de que el pequeño libro del hombre necesita encontrar su forma no escrita y así reencontrarse con el misterio, con el punto de inicio de la escritura misma. El eje de esta hipótesis recae en que lo escrito ya no es suficiente para conocer la verdad. Los niveles de exploración son infinitos y lo sagrado ha dejado de estar exclusivamente en la letra.
La escritura no escrita navega en el lenguaje de los símbolos, en la incertidumbre, en el ocultismo, y no pretende el descubrimiento porque, en sí misma, representa la más pura metáfora del descubrimiento. El mundo, la escritura no escrita, per se, constituye un modelo de presentación que es representado por la escritura, acaso por la literatura. Lo indescifrable, lo no dicho, lo no explicado, el misterio de los símbolos, todo ello pertenece a un modelo de posibilidades, a parámetros esenciales, primigenios, que justifican la importancia de una escritura en el espacio.
La letra es una parte de la representación, una parte intuitiva y reformada que pretende concretar una abstracta imagen del mundo. Pero la letra termina deformando la realidad, limitándose a emitir significantes que revelan alguna forma de percepción. Su grafismo, pues, como, por ejemplo, en la poesía china, permite dibujar las sensaciones originarias del ser humano en el mundo. Hoy en día se vive bajo el imperio de la imagen y no supone una gran complicación dibujar una casa, una persona, etc. Pero hay que remontarse al principio de los tiempos cuando sí implicaba un enorme reto representar dichos motivos. En occidente se ha perdido esa perspectiva del lenguaje, puesto que las nuevas tecnologías han diseñado el trazo de la letra, sin ningún tipo de tensión, ni sensibilidad, sino como el elemento parcial de una estructura global, que es la comunicación.
Por su parte, Castillejo se detiene, más bien, en el clasismo que genera el fenómeno de la parcialidad de la letra: «marcas o letras», «letrado e iletrado», «hombres de marca y hombres marcados», «forma y fondo» (págs. 34-35), etc. Cuestiones que someten a la letra a una continua división ontológica, así como a un profundo proceso dialéctico. Este autor manifiesta que la letra se impone, marcando los objetos. Critica la libertad del mundo de las palabras como un triunfo de la clase burguesa que, en el caso de Marinetti, derivó en el fascismo. Incluso defiende que la parcialidad que emana del mundo de las letras convive perfectamente con la lucha de clases y con la discriminación sexual.
Este mundo de las letras también debate con el horror al vacío. La esfera de lo no escrito es lo más próximo al vacío mismo. Y todo es posible en él. El vacío en la tradición occidental se vincula al horror vacui, que tiene una destacada representación en el arte barroco. El horror vacui es el temor a una vida sin alma y, por ende, a un mundo sin Dios. Se podría decir, entonces, que la «letra» encuentra su sentido en dicha «alma». Castillejo pretende vaciar la escritura para llenarla en la negación, esto es, en lo no escrito. Una realidad repleta de pureza, de vacío, de esencialidad, de blanco... y otra alma: el mundo. Pero, ¿qué es el mundo?, preguntaban los clásicos. Se podría responder, de nuevo, con aquella cuestión de Plotino: «¿Qué es esto que no existe?». Ante esta paradoja, Castillejo admite que la existencia se fundamenta en la no existencia y viceversa, esto es, la escritura en la no escritura y al revés. De esta manera, la escritura se justifica por su expresión no escrita, y el concepto se define por lo que no es.
Este autor también establece un recorrido con tintes dialécticos entre el marxismo y el psicoanálisis en algunas cuestiones que ya se han apuntado. En el capítulo titulado «El psicoanálisis y la letra» (pág. 48) sostiene que «La letra oculta lo que ha matado cuando lo refleja» (pág. 49). Freud entiende la cultura como un suicidio primitivo. ¿Podrán las estructuras cognitivas revelarse o quebrarse para luego construirse? Se trata de un reflejo y no de una realidad. ¿Es la ideología un reflejo oculto de la letra? Estas reflexiones, sin duda, conducen a conceptos como «alienación», «neurosis», «cultura burguesa» (pág. 50), etc. Expresiones como «la letra con sangre entra» (pág. 47) no son más que una viva muestra de la aplicación consciente de la letra, del imperialismo de la palabra, de la escritura como exponente fundamental, primario, exitoso, de la comunicación humana, que, al mismo tiempo que libera la mente de quien la representa, la condena a un estricto sometimiento.
Para Castillejo, entonces, «Salir de la letra hace posible entrar en el libro» (pág. 52). Y ese libro es el mundo, el que contiene lo verdadero. Con esa imagen enuncia una realidad externa a las palabras publicadas. O un mundo tangible que se inspira en otro intangible. Para este autor, hoy en día, la letra representa a una sociedad repleta de prejuicios, que mantiene oculta su «obscenidad» mezclándose con otras, sin exponerse tal cual es. «Un hombre es ahora un número o unas letras que le marcan con una identidad que no tiene historia» (pág. 54), así resume Castillejo la utilidad de la letra.
En su libro El silencio de la escritura (1999), Emilio Lledó señala que la escritura se fue encerrando en el libro, transformándose de una subjetividad oral a una objetividad escrita. Para Castillejo «La finalidad de un libro no escrito que no está vacío es manifestar lo que la escritura no dice» (pág. 82). En este sentido se puede comprobar cómo este autor reinventa para la modernidad un objeto artístico: un libro en blanco. Este objeto representa el vacío y la negación, el despojamiento, un espacio de silencios que desemboca en unas opciones metafísicas como el taoísmo o el budismo. El libro en blanco es, en realidad, un primer libro del mundo, un mapa esencial del espacio, que lo hace estar presente, una metáfora de la escritura no escrita.
Llegados a este punto conviene preguntarse: ¿Cómo leería un lector un libro en blanco? Dentro de la denominada estética de la recepción, Iser defendía que «Lo decisivo en la estructura de la obra son esos vacíos, distancias, puntos de vista, discontinuidades, contrastes, fragmentaciones, segmentaciones y montajes, que ponen al receptor frente a las cuerdas, exigiéndole que se defina a sí mismo frente al texto». De esta manera, «La experiencia estética es capaz de disolver como juego los códigos convencionales siempre que el receptor ejecute lo que la obra de arte insinúa (performance)». Iser describe a un lector preparado para analizar su propia vida en el texto, en la escritura del libro, pero se está hablando de un objeto físico, ¿acaso tendría sentido como fetiche, como objeto artístico? Probablemente la literatura todavía no ha aceptado este tipo de artefactos como textos propiamente literarios. Posiblemente, el lector habitual no encajaría un libro en blanco en la literatura, sino en las artes plásticas.
Castillejo se hace eco de esta estética de la recepción cuando señala: «Leer es descubrir en lo escrito lo no escrito. La lectura es una escritura des-cubierta» (pág. 91). De esta manera, cierra el círculo del conocimiento estableciendo un modelo de lectura del mundo, no basado en la escritura, sino en el descubrimiento de la esencia de sus contenidos.
Por otra parte, este autor contrapone la inabarcabilidad de la lectura del libro moderno y de vanguardia, frente a la del libro tradicional que se agota en sí mismo. Esta tesis ya la expuso Adorno como uno de los motivos para contradecir las teorías de Plejanov, cuando este último priorizaba el realismo (tradicional), como forma de escritura de acuerdo con un modelo marxista, y devaluaba la escritura burguesa reflejada en la literatura vanguardista. Además, Castillejo demuestra que la escritura del libro «moderno» se aproxima a la escritura no escrita porque ésta no tiene final.
Este autor recurre a un metalenguaje, asumiendo una función metapoética, y a un particular modelo de «metaescritura» que se contradice a sí mismo, dialéctica pura, para sostener el concepto de escritura no escrita, esto es, «Lo dicho como no escrito» (pág. 93). Un campo con tiempo y espacio relativos es lo que abarca este modelo de libro del mundo. En realidad, se halla más cerca de la cultura china, que, precisamente, «busca sincronicidades en vez de cadenas causales» (pág. 144). Con lo cual, se asemeja a lo que constituye la base del taoísmo, puesto que Castillejo describe su tesis apoyándose en la inseparabilidad de los contrarios, así como en la Teoría de los Cuanta y en la Psicología profunda «en los que existencia e inexistencia son complementarias» (pág. 164). Decía un poeta y filósofo taoísta, Chuang Tzu, que «Uno podría también hablar de la existencia del Cielo sin la de la Tierra, o del principio negativo (Yin) sin el positivo (Yan), lo que es claramente imposible». Por tanto, «A la pregunta de Plotino: ¿Qué es eso que no existe?, contestaría Niels Bohr: "Es también aquello que existe"» (pág. 174). De esta forma, Castillejo provoca el encuentro con la «imparcialidad» o lo que ha denominado, también, «ecuanimidad», mediante las siguientes palabras: «ahora no todo lo escrito está escrito y en todo caso las letras están en libertad» (pág. 171). Esta apreciación genera una respuesta en el mismo autor con idéntico misterio a la cuestión de Plotino, sentenciando que lo que no existe recae en la escritura no escrita, esto es, «el verdadero lugar donde encontraremos lo que hay que buscar y donde nos buscará lo que hemos de encontrar» (pág. 190).
Castillejo propone una vuelta al conocimiento no escrito del mundo, a la lectura de la naturaleza, con el fin de salirse de la propia comprensión del lenguaje meramente escrito. En realidad, este autor invita a salirse de sí mismos a aquellos individuos que componen su vida en torno al lenguaje hablado o escrito. No hace sino constatar una certeza: aquella que presenta al ser humano como alguien que puede acceder a numerosos lenguajes, al margen del lingüístico. Y esto es lo interesante. No se puede decir, sin caer en el error, que el ser humano es lenguaje, es palabra, y que sin él o ella no es posible la comprensión del mundo. Con lo cual, la auténtica escritura, el auténtico lenguaje, de entre todos los modelos posibles, entonces, se encuentra en una imagen del libro del mundo que todavía no ha concluido y que no está escrita, es decir, no traducida por los hombres, inexistente para muchos. En esta visión cosmológica, cambiante, se encuentran todos los paradigmas, todos los miedos, todas las búsquedas, todas las claves para visualizar, quizá, algo de trascendencia o de futuro.
Publicado en mi libro La poesía en el teatro, la pintura en la música (2009).

No hay comentarios:

Publicar un comentario