domingo, 26 de julio de 2009

La religión de la música

Ayer escuché a un cura decir que la fe en Cristo es la vida plena, la salvación, y que sin ella estamos sometidos al vaivén de los sentimientos y de las sensaciones, es decir, que estamos sometidos al caos existencial, y, por ello, a la perdición, a la condena eterna.
Mientras le oía, me preguntaba que cómo en pleno siglo XXI se podía pensar así. Y era joven, muy joven. Me asustó su necesidad de aplastar al contrario con este tipo de afirmaciones, tenía la rotundidad de un sindicalista, la pasión de un poeta y el contenido de un fundamentalista. Siempre me sorprenden este tipo de cosas. Mientras hablaba, en mi cabeza había música, pero una música muy lejana a la que él se refería. Porque, de repente, citó a Chopin como ejemplo, a través de la insistencia de una nota en una de sus composiciones para piano, "eso es la fe", decía, "esa nota insistente, que da seguridad". Joder, Chopin, romántico, ¿católico? Imagino que se referiría a uno de los preludios 4, 6 y 15, donde precisamente persiste una nota en cada uno, el último, el 15, es el que se conoce como "gotas de lluvia". Madame Dudevant (George Sand) lo llegó a contar perfectamente. Se habían escapado a la isla de Mallorca. Se habían hospedado en un Monasterio y las condiciones eran pésimas. El piano desde París tardó dos meses. Mientras tanto las gotas de lluvia caían y golpeaban el techo una y otra vez, y el pobre Chopin sufría los golpes, como si le perforaran el oído. Aquella situación le inspiraría para escribir aquellas composiciones. Y aquel hombre en el altar decía que las gotas de lluvia eran la fe. En fin. Yo seguía pensando, viendo a aquel cura vestido de rojo, con la cruz amarilla, rezando por España, por los políticos, por los creyentes, por los misioneros, en fin, por casi todos, y me seguía haciendo preguntas, hasta que una mujer muy mayor me cogió fuertemente de la mano, sentada a mi lado, quería, no sé, ser mi amiga por unos segundos, hasta que diera otra señal el cura, mientras pasaban la cesta para cobrar. Yo no entendía, tan sólo sentía el calor de su mano apretándome fuerte. Iba a una misa de duelo de un familiar muy querido para mí, como un segundo padre: mi tío Carlos. Pero allí sólo vi el rito de la culpa y una corte de fieles desesperados, también una nueva juventud que aprovechaba para hacer demagogia en la iglesia, y cobrar por ello. Hacía mucho tiempo que no iba a una y salí más perdido de lo que estaba cuando entré. Menos mal que los míos se encontraban allí y pudimos hablar de nuestras propias vidas y no de los que intentan disponer de ellas. Así que me olvidé de lo que había vivido. Entre abrazos, besos y palabras amables discurrió una tarde de melancolía y respeto por los que ya no están con nosotros.
Hace unos 17 o 18 años, mi maestra de piano, mi querida Palmira, me prestó un libro que se titulaba La religión de la música, creo que de Camille Mauclair. No era una edición nueva, diría que, más bien, de la primera mitad del siglo XX. Le gustaba mucho aquel libro. Para Palmira la religión era la música y estaba casada con su piano de cola Yamaha negro, es decir un piano vestido de smoking. Con 17 años me dejaba tocarlo, yo no tenía en mi casa, era la única persona a la que permitía aquel privilegio (me corregía desde su habitación, mientras veía la tele), yo a cambio le escribía un poema antes de irme o manteníamos una buena conversación sobre arte, música y literatura. Me llevaba 50 años o así. Cuando hablaba de Beethoven decía que él había sustituido a Dios por la música, y eso era lo esencial. A Palmira no le interesaban aquellas mentiras religiosas, ni el matrimonio, ni el placer sexual, sólo amaba la música por encima de todo. Nunca se casó, ni tuvo hijos. Y era muy feliz. Vivía imaginando aquellas maravillosas historias, aquellas pasiones, aquellos vaivenes, aquellas hermosas variaciones de estado de ánimo, las diversas formas de enfrentarse al caos, el spleen, la melancolía de aquellos músicos que admiraba y tocaba. Dejamos de vernos cuando yo tenía 22 o 23 años, en aquel momento yo había abandonado el siglo XIX para siempre y me entusiasmaban los nuevos sonidos del XX.
Pero todos los días, cuando toco mi propio piano, otro Yamaha, dedico algún pensamiento a Palmira y su religión... Y así hago regresar a mi memoria algunas notas románticas que me trasladan a unas palabras perdidas en el tiempo de la juventud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario