miércoles, 29 de mayo de 2013

Sobre el azar...

Quisiera contarles algo un poco, como diría, ¿extraño?, no lo sé... Verán. Me he pasado todo el fin de semana buscando en mi casa un libro de Paul Valéry, unos ensayos sobre arte, para mis clases de Tertulias Literarias de los lunes, y les aseguro que no lo encontraba por ningún lado. Ordené, desordené, ordené, desordené, todo patas arriba... y nada. Entonces, empecé a sospechar que se lo había prestado a alguien cuyo nombre he olvidado o que lo había dejado en el camino en alguna casa de algún amor de antaño, o ¿quién sabe?, en alguna mudanza, o que fuera pasto de la basura o fuera la delicia o el horror literario de algún o de alguna poeta en ciernes de cuyo nombre tampoco me acuerdo ya... En fin. Todas las hipótesis eran posibles, incluso que ya no era apropiado pensar en él, que no estamos en una época propicia, y, mientras iban pasando las horas y seguía buscando a Valéry, ya empapado en sudor, como si de un grotesco acto amatorio se tratara, encontraba otros libros, algunos que, sí, había dado por perdidos también... Con lo cual, después de un largo fin de semana buscando ya la verdad física en los recuerdos más perdidos, lo di por imposible... por lo menos, de momento. Sé que como, en algunas ocasiones, ha sucedido, me dije lo que todos solemos admitir en estos casos: ya aparecerá... Y es que, hoy martes, en casa, le doy con la rodilla, de lado, a una pila de libros y ¿cuál creen que cayó sobre mi pie izquierdo? Pues sí, aquellas Piezas sobre arte, de Valéry... Joder!! Me he quedado parado... Y me ha entrado esta cosa shakespeariana, ahora burlona y melodramática, de decir: "soy un triste juguete del destino"... Vaya, parece que hay espíritus que conservan criterios estéticos muy agudos... Y, entonces, Valéry, de repente, se convirtió en un juego de azar... Y pensé en Mallarmé, en Rimbaud, en Jarry, en Apollinaire, en Breton, en Duchamp, en Espinosa, en Brossa... como sospechosos habituales de este divertimento... Y que cuando alguien me dijo una vez, hace mucho tiempo, que las cosas están vivas, se mueven solas, cambian de sitio... llevaba mucha razón. Incluso me atrevería a añadir que, tal vez, alguien en algún lugar decidió que mis alumnos no se merecían a Paul Valéry aquella tarde o que yo no era digno de él. Lo mejor es que aquella tarde navegamos por los mares del Romanticismo, del Parnasianismo, del Decadentismo, del Simbolismo, del Modernismo, del Futurismo, del Dadaísmo, del Creacionismo y del Ultraísmo, del Surrealismo, de la poesía pura y de la poesía impura, de la poesía comprometida y social, del neogarcilasismo, de las postvanguardias, de la poesía concreta, del minimalismo, de la poesía taoísta, del vacío, del neobarroco, de la poesía de la experiencia, de la poesía del conocimiento, de la poesía visual y de la poesía escénica. Y todo ello sin leerles ningún texto de Valéry, tan solo lo cité. Bueno, llevaba "El cementerio marino", pero algo me decía... hoy no, amigo, hoy no. Así que inmediatamente pensé, por mediación de alguna llamada del otro mundo, que tal vez este grandísimo poeta y ensayista no era tan importante como creía para la historia de la poesía. ¡Oh, sacrilegio! Es extraño, ¿no? Y me acordé de Rimbaud y de que los poetas debían de ser videntes... y... y, además, pensé que allá, en el otro lado, también los poetas siguen teniendo debates inútiles.

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